
Momentos estelares de la humanidad
Stefan Zweig
Edward A. Wilson , Robert F. Scott , Lawrence Oates , Henry R. Bowers y Edgar Evans en su fstal expedición al Polo Sur. A la derecha, la bandera noruega clavada 32 días antes
Stefan Zweig,  (Viena, 1881-1942). Hijo de Moritz Zweig (1845–1926) e Ida Brettauer (1854–1938). Se crio en el seno de una acomodada familia judía. Su progenitor fue el rico propietario de una fábrica textil; su madre, Ida Brettauer, pertenecía a una familia de banqueros.
Doctorado en Filosofía, reside un año en París. Después vive en Londres y viaja por España, Italia y Holanda, relacionándose con personajes como Rainer Maria Rilke, Auguste Rodin, William Butler Yeats o Luigi Pirandello entre otros. Comenzó a escribir novelas y dramas durante este período, y se hizo muy popular como escritor. Participó en la Primera Guerra Mundial como cronista propagandista. Finalizada la guerra se convirtió en un pacifista que abogó por la unificación de Europa.
En el punto álgido de su carrera, muy popular, sus libros se habían traducido a 50 idiomas y se vendían a centenares de miles. El ascenso del nazismo al poder supuso la inclusión en la lista de libros prohibidos de quince de sus obras; algunas quemadas en las calles.
El exilio de Zweig coincidió con el final de su primer matrimonio, tras ser sorprendido por su primera mujer con su joven secretaria en un hotel de la Costa Azul. Se mudó también a París, Nueva York, Buenos Aires, y en 1941 a Brasil. Zweig se suicidó con 60 años. Se envenenó con Lotte y fueron descubiertos en la cama. Sus amigos, repartidos por el mundo, recibieron sus cartas de despedida días después.
Imagen de fondo: Boston, ciudad en la que vivió Lehane la mayor parte de su vida y donde ambienta la mayoría de sus libros (Ver)
No opinamos sobre lo que leemos
No opinamos sobre los libros que leemos. Porque cada lector crea un libro diferente, lo modula, en ese proceso casi mágico de convertir un montón de palabras en una experiencia personal íntima y profunda, imaginando los escenarios y los personajes, compartiendo sus vivencias y metiéndonos en su piel. Somos testigos mudos.
Sólo en las reuniones de grupo comentamos si nos ha gustado poco o mucho el libro, porque nuestra opinión, publicada, podría llevar a alguien a no leerlo. Y eso sí que sería imperdonable. Mejor léanlo.