
Desguace americano
Bonnie Jo Campbell
En Bore Taint Campbell describe la pobreza del mundo rural rednek (cuello rojo) americano, donde siempre halla espacio para un destello de humanidad.
Bonnie Jo Campbell   (1962, Kalamazoo, Michigan) creció en una pequeña granja de Michigan con su madre y sus cuatro hermanos, en una casa que su abuelo Herlihy construyó en forma de H. Aprendió a castrar cerdos pequeños, a ordeñar vacas de raza Jersey y, cuando había nevada, a hacer extraordinarios dulces de chocolate mantequilla y vainilla. Cuando se fue de casa a la Universidad de Chicago para estudiar filosofía, su madre alquiló su habitación.
Desde entonces, ha recorrido Estados Unidos y Canadá en autostop, ha escalado los Alpes suizos en bicicleta y ha viajado con el circo Ringling Bros y Barnum & Bailey vendiendo conos de nieve. Como presidenta de Goulash Tours Inc., ha organizado y dirigido viajes de aventura en Rusia y el Báltico, y hasta el sur de Rumanía y Bulgaria.
Su colección de novelas cortas American Salvage, aclamada por la crítica y compuesta por catorce exuberantes y alborotadas historias de personas que luchan por dar sentido al siglo XXI, fue finalista del National Book Award in Fiction de 2009.
Durante décadas, Campbell ha elaborado un boletín personal -The Letter Parade- y actualmente practica el entrenamiento de armas Koburyu kobudo. Tiene un máster en matemáticas y otro en escritura por la Western Michigan University. Ahora vive con su marido y otros animales en las afueras de Kalamazoo, y enseña a escribir en el programa de baja residencia de la Universidad del Pacífico.
Imagen de fondo: Desguace americano, prototípico en cierto cine. (Ver)
No opinamos sobre lo que leemos
No opinamos sobre los libros que leemos. Porque cada lector crea un libro diferente, lo modula, en ese proceso casi mágico de convertir un montón de palabras en una experiencia personal íntima y profunda, imaginando los escenarios y los personajes, compartiendo sus vivencias y metiéndonos en su piel. Somos testigos mudos.
Ni siquiera decimos (salvo en las reuniones de grupo) si nos ha gustado poco o mucho el libro, porque nuestra opinión publicada podría llevar a alguien a no leerlo. Y eso sí que sería imperdonable. Mejor léanlo.
En cuanto a American Salvage, Campbell afirma que primero se le ocurrió el título del libro de relatos y luego tuvo que escribir una historia para acompañarla. Menos mal que recordaba un incidente real sobre el que ya había escrito algo.
“Fue muy extraño cómo sucedió esto –dice en una entrevista–. Estaba buscando un título para la colección y se acercaba la fecha límite para el manuscrito final. No lo encontraba, pero después de muchas semanas de angustiar a toda mi familia y amigos, siendo un grano en el culo, finalmente este título parecía encajar lo suficiente de las historias”.
“Pero estaba un poco nerviosa por tener un libro titulado American Salvage sin tener una historia que tuviera ese "estadounidense" en el nombre. Y dio la casualidad de que había escrito un artículo sobre alguien que trabaja en un depósito de chatarra que vende sólo repuestos de automóviles estadounidenses, no de extranjeros, y pensé que podía probar a escribirla”.
A pesar de lo que pueda pensar cualquiera que la haya leído, ella firma que hay una enorme cantidad de esperanza en todas sus historias, aunque no todo el mundo lo ve. “La gente siente que mis historias son desesperantes, pero la desesperación tiene que equilibrarse con la esperanza. No me gustaría escribir una historia en la que deje a un personaje sin esperanza, por eso supongo que les doy esperanza. No el sentido de Flannery O'Connor (ella y William Faulkner son sus referentes), que cree que todo puede ser muy malo, porque al final Dios te va a salvar, pero yo no lo sé. Puede que yo tenga que salvarlos al final. Puede que yo (la escritora) sea todo lo que tienen estos personajes”.
Finalmente, otra estupenda ocupación de Campbell es dar clases de escritura creativa a las mujeres de la prisión de mínima seguridad junto a la que vive. “Hay que convencer a esas pobres mujeres de la cárcel de que vale la pena recoger sus malditos bolígrafos. Sólo por cogerlos y escribir algo. La mayoría de la gente necesita que le digan que sus experiencias en la vida están llenas de historias que merecen ser contadas. Y la gente de los talleres revienta de ganas de escribir, pero cree que no tienen nada interesante que contar. Así que les animo: "Id a vuestras familias! Averiguad cuáles son las historias que contáis en la vida normal. A menudo queremos separar las cosas literarias de las cosas que amamos de manera informal y cotidiana con nuestros amigos y familiares. Y creo que tenemos que conectar esas cosas, de la misma manera que mucha música clásica tiene algo de música folk en su núcleo”.
El término «redneck» hace referencia a una circunstancia muy concreta, la nuca roja, achicharrada de tanto trabajar al sol, de los aparceros blancos pobres. Suele utilizarse para referirse peyorativamente a los sureños conservadores. Muy de interior, baja renta, lata de cerveza y bandera confederada.
El «hillbilly» también ha llegado a convertirse en un término insultante para referirse a los habitantes de ciertas áreas remotas, rurales o montañosas, sobre todo de la cordillera de los Apalaches y, en ocasiones, de los Ozarks, dos de las zonas más pobres del país. Denota aislamiento respecto a la cultura dominante (accidental o voluntario). Según Anthony Harkins, en su libro Hillbilly: A Cultural History of an American Icon, el término aparece impreso por primera vez a principios de siglo, en un artículo del New York Journal, con la siguiente definición: «Un Hill-Billie es un ciudadano blanco, libre y sin restricciones, de Alabama, que habita en las colinas (“hills”), carece de medios reseñables, se viste como buenamente puede, habla como le da la gana, bebe whisky en cuanto tiene la oportunidad y dispara su revólver cuando se le antoja».
El estereotipo lo pinta como un blanco sureño con barba descuidada, muy mala dentadura, escasa educación, un rifle y un sombrero de paja destrozado que anda descalzo, casi en harapos, bebe whisky ilegal de elaboración casera, toca el banjo o el violín, tiene una camioneta que se cae a trozos y, en general, es feliz con lo poco que tiene. Ha dado lugar a un género musical: la música hillbilly.
En el capítulo 4, Jim Goad explica el origen de los términos «hick», «rube», «hayseed» y «yokel» como denominaciones peyorativas rurales que se construyen de manera similar a la de «hillbilly» (Billy de las colinas), tirando del nombre propio de un varón imaginario que, supuestamente, vendría a representar a todos los hombres del campo. En el caso de «hick» la palabra procede de una variante actualmente obsoleta del nombre «Richard», «rube» es una abreviatura rural de «Reuben». El caso de «Hayseed» apunta directamente a la vida rural, por lo de simiente («seed») y heno («hay»), más utilizado en el Medio Oeste rural. «Yokel» parece designar a un tipo de granjero, el que lleva el yugo («yoke»), un pobre diablo
En el mismo capítulo Jim se extiende un poco más con la etimología del término «cracker» y su derivado «corn-cracker». Encuentra su origen en Bretaña, en el siglo XVII, como sinónimo de bomba (como en el caso de «firecracker», petardo). Vendría a referirse a una persona de ira explosiva o demasiado ruidosa.
También rastrea la raíz hasta el término «corn-crackers», los «cruje-maíz» o «chasca-maíz», porque machacar, o crujir, el maíz, era una de las pocas formas que tenían los primeros moradores de los bosques norteamericanos para obtener alimento. Otra explicación que apunta el autor es la de que «cracker» sea una reducción de «whip-cracker», una expresión inventada por los urbanitas sureños para etiquetar a los vaqueros rurales (chasqueadores) de Georgia y Florida que conducían a sus mulas y sus bueyes por tierras de pastoreo valiéndose de un látigo.
Los afroamericanos modernos, que son quienes parecen utilizar más la palabra «cracker», alegan que el chasquido del látigo no era el del vaquero sino el del negrero. También nos explica el autor que, a mediados del siglo XIX, poco a poco, los afroamericanos empezaron a favorecer el uso de la palabra «cracker» para denigrar al odiado blanquito, abandonando el término que hasta entonces tenía más solera: «po’ buckra», una mezcla de pobre («poor») y una palabra africana que viene a significar algo parecido a «demonio blancucho».
«Honky» también suelen utilizarlo los afroamericanos para humillar a los blancos, sobre todo en el Sur. Su origen es misterioso. Puede ser una variante de «hunky», que a su vez proviene de «bohunk», término despectivo con que se conocía a la población inmigrante magiar de Bohemia a principios del siglo XX. También puede proceder de los mineros de carbón de Oak Hill (Virginia Occidental), en la época en la que era un oficio segregado: los negros en una sección, los blancos en otra y los extranjeros que no hablaban inglés en una tercera que se conocía como «Hunk Hill», la zona de los Hunkies.
Honky también puede ser una mutación del término «xonq nopp», que en idioma wólof de África Occidental significa «persona de orejas rojas» y, por tanto, «persona de raza blanca». Llegaría a Estados Unidos a bordo de los barcos negreros. Otro posible origen documentado es el apodo que, allá por 1920, la población negra daba a los blancos temerosos que iban en coche a los barrios negros y tocaban el claxon («honk») para que las prostitutas afroamericanas se acercasen y se fuesen con ellos sin necesidad de salir del coche y exponerse a indecibles peligros.
«Bumpkin», sinónimo de «yokel», se refiere a las personas que viven en las zonas rurales, algo necias y con escasa educación. Gente muy poco sofisticada y apenas interesada en la cultura. Visten como espantapájaros y no hay quien les entienda al hablar. Pueblerino y paleto suelen ser las traducciones más habituales.
Un «peckerwood» es un sureño blanco rural, por lo general pobre, sin cultura, ignorante e intolerante. El término ganó popularidad en el Sur profundo a principios del siglo XX con uso claramente peyorativo. Se le da la vuelta a la palabra «woodpecker», el pájaro carpintero que luce una mancha roja en la parte posterior de la cabeza, con lo que resulta que estamos hablando de un «redneck» en toda regla. En el folklore de comienzos del siglo XX se utilizaba como contraste simbólico con el «blackbird» (el mirlo, traducido literalmente, «el pájaro negro») que representaba a los afroamericanos. En la subcultura carcelaria (y de banda motera) el término hace alusión a los presos blancos en general.
El origen del término «Bubba» se relaciona con un mote derivado de la palabra «brother» (hermano). Un apelativo cariñoso que suele darse a los hermanos mayores dentro del círculo familiar, o a un buen amigo. Su aparición en el Sur de Estados Unidos parece proceder de la lengua creole de los afroamericanos de las islas de Carolina del Sur, concretamente de la expresión Krio «bohboh» (niño), que entre los gullah aparece como «buhbuh». Bubba suele utilizarse fuera del Sur de manera ofensiva para señalar a una persona de bajo estrato económico y educación limitada.
«Linthead» es un término despectivo de principios del siglo XX, muy de las zonas montañosas del Sur, para designar a los empleados de la industria algodonera (de «lint», pelusa y «head», cabeza: cabeza llena de pelusa). Luego se generalizaría para referirse al típico blanco sureño de clase baja.
Y por último «shit-kicker». Persona del campo ruin y poco sofisticada, bastante lerda, que anda pisando o pateando bostas de vaca (de «shit», mierda y «kicker», pateador). El paleto de toda la vida.
El universo redneck que refleja Bo Campbell en su novela es, posiblemente, el más despreciado y vilipendiado de Estados Unidos. Pero tiene su amor propio y su defensores: el más importante, Jim Goad.
Goad (1961) sobrevivió a una adolescencia solitaria, misántropa y de bicho raro, con padre violento y monjas abusivas, en Clifton Heights, Pennsylvania, un barrio de lo más redneck, del que suele decirse que, como no te largues a tiempo, a los veinte años estás acabado. "Jim Goad está cabreado -dice la introducción-. Y no es para menos. Está harto de oír gilipolleces en los medios. Y ya iba siendo hora de que alguien saliese al ruedo cultural en plan kamikaze para poner las cosas en su sitio, sin pelos en la lengua y sin preocuparse del decoro y las buenas costumbres. Había dos alternativas: dejar un paquete hasta los topes de dinamita y estiércol en un edificio gubernamental o escribir este libro. Optó por la segunda".
El Manifiesto Redneck es una devastadora defensa, razonada y oscuramente divertida, del grupo social más vilipendiado de Estados Unidos: el clan cultural al que la gente se refiere también como «hillbillies» o «basura blanca». Y si no me creen, ahí van los primeros párrafos:
¿No los odias? ¿A todos ellos, desdentados, endogámicos, incivilizados, violentos e irremediablemente IDIOTAS?
Dios mío, ¿cómo no vas a odiarlos? No existe gente con menos honor. Con menos dignidad. Nadie más ignorante. Más simplón. Son una estirpe primitiva de modales prehistóricos, no aptos para otra cosa que no sea el derramamiento de sangre aleatorio y los delitos menores. Sus mentes atrofiadas e infrahumanas vegetan cautivadas por el alcohol barato, la fiebre de la lotería y las más necias supersticiones de la religión de los pobres. Dejan de pegar a sus esposas solo el tiempo que a estas les lleva escurrir otro mocoso deforme de sus entrañas. Van desparramando sus genes de segunda mano en una espiral degenerativa de disfunción. Engendran niños anencefálicos que respiran por la boca. Vulgares. Todos ellos. Sanguijuelas. Sin duda, la degradación de su raza.
Por suerte para ti, no he especificado de qué raza hablo. Si me hubiese estado refiriendo a la basura negra, podrían lincharme. Si estuviese hablando de la basura blanca no sería más que otro abanderado del permanente linchamiento nacional. La diferencia entre vil racismo y sátira rigurosa depende solo del color del negrata en cuestión.